Entrega la riqueza y te comparto mis ganancias
Una de las mayores preocupaciones de las políticas conservacionistas de las buenas conciencias es la posibilidad de que los stackholders, los interesados en una situación dada, ganen algo por sus acciones conservacionistas. Que el hecho de conservar me de algo a ganar tangible. Una ganancia a corto plazo, independiente del bienestar que un ambiente sano otorgue a la existencia humana. Que las comunidades inmersas en “ecosistemas megadiversos” ganen algo. Que los países megadiversos, sus poblaciones, ganen algo. Que los estados ganen algo. Que las corporaciones ganen algo. Así, se piensa, se puede armonizar la contradicción entre desarrollo y conservación. Que todos ganemos, cuidando, mientras se destruye.
Claro esta, hasta ahora, son las corporaciones y sus dueños los que han ganado 99% de la riqueza mundial, con la explotación de la naturaleza, de sus recursos minerales, biológicos y culturales. Las poblaciones humanas se ganan la vida en su interacción con la naturaleza. Muchas en situaciones terribles de sobrevivencia en medio de exuberancia natural, ya sea por la guerra, por la colonización, por la destrucción del tejido social, por la corrupción y el desprecio por lo rural y subalterno. Por esto mismo, las buenas conciencias conservacionistas necesitan sentir que pueden armonizar, salvar la naturaleza y apoyar a la humanidad; dando oportunidad a la ganancia, al juego del ganar ganar con las comunidades. Ellas conservan, ganan las corporaciones, los estados ganan, los países, ellas ganan. Esta es la supuesta ética conservacionista.
Sin embargo, la contradicción no se da únicamente entre desarrollo y conservación, también se da entre comunidad y mercado. Sobre todo cuando el mercado es libre, o mas bien tiene la vía libre, despejada por el estado para que las corporaciones puedan jugar libremente en el, desplegar sus finanzas, sus capitales, para llevarse aun mas capitales. Ya sea con normatividad o con paramilitares, las reglas del mercado no son de ganar ganar. Las corporaciones juegan a ganar ellas y sus accionistas. Cuando el mercado son corporaciones, son pocas las tienditas de abarrotes que sobreviven en las ciudades; son pocas las bebidas tradicionales que se toman a diario frente a los fogones en los poblados.
Conservación y mercado pueden armonizar, claro, en la especulación sobre bienes raíces, sean tierras, sea carbono, sea biodiversidad, sea agua. Hasta que las corporaciones necesiten destruir para ganar. Entonces se derrumba la ilusión de armonía.